La Era de los Sabios
Conferencia del curso 1997-8 de la AEDE
En las conferencias precedentes se han repasado los
viajeros y exploradores más sobresalientes del mundo egiptológico antiguo. Ya
desde el siglo V antes de Cristo, autores como Heródoto de Halicarnaso, Hecateo
de Mileto, Horapollo, Plutarco, Estrabón y un largo etcétera, se preocuparon
del enigmático país dividido por el Nilo. Su inquietud fue transmitida a multitud
de aventureros, navegantes y buscadores de tesoros que durante los siglos XVII
y XVIII surcaron las arenas de los desiertos colindantes con Hapy, nombre que
los egipcios daban a su gran arteria fluvial, la fuente de vida, dejando sus
ilusiones y en algún caso su vida para mostrarnos las maravillas de una
civilización milenaria que nos ha legado unos magníficos monumentos tanto por
su tamaño descomunal como por su talento arquitectónico, y lo que es más
importante, para adentrarnos en el estudio del enigma religioso y las
costumbres de un pueblo a través de una de las pocas lenguas pictográficas
conservadas hasta el momento, la
escritura jeroglífica.
En el breve periodo de tiempo que nos brinda el curso
penetraremos, aunque solamente de forma somera, en la mente del gran
protagonista del conocimiento egiptológico, Jean-François Champollion, y recorreremos de la mano
de Richard Lepsius,
el Egipto del siglo XIX.
Las bases de la historia que vamos a narrar se remontan dos hechos bien distintos. El primero de
carácter mitológico nos transporta en el tiempo a la edad de los dioses previa
a la instauración de las dinastías en Egipto. Es la creación por el dios lunar
Thot, Djehuty para los egipcios, de la escritura. En la primera placa del
papiro Ebers, un texto médico que recopila recetas y conjuros mágicos
procedentes de los primeros tiempos dinásticos, podemos leer
“Pertenezco a Ra quien ha dicho que soy yo quien
lo protegeré de sus enemigos, pues Thot es su guía, aquel que ha hecho hablar a las palabras”.
El segundo hecho es un acontecimiento histórico donde
el azar jugó un importante papel. Nos referimos al descubrimiento casual, en
agosto de 1799, por un oficial de ingenieros de Napoleón, Bouchard, al excavar
los cimientos del fortín Julien cerca de la desembocadura del Nilo en Raschid
(Rosetta) de un bloque de lo que se creía basalto negro, de aproximadamente 1 m. de altura conteniendo un decreto conmemorativo de las buenas acciones de
Ptolomeo V Epífanes (Πτολεμαίος Επιφανής) redactado por los
sacerdotes de Menfis en el año 196 a. C. en dos lenguas diferentes (egipcio y
griego) y tres escrituras (jeroglífico, demótico y griego).
La era de los Sabios
Muchos han sido los viajeros, aventureros,
diplomáticos y arqueólogos que a lo largo de la edad Contemporánea se han
entusiasmado y cautivado por el influjo que emana de la cultura faraónica. En
el periodo de tiempo que nos ocupa, finales del siglo XVIII y comienzos del
XIX, vivieron algunas de las figuras más relevantes del mundo egiptológico ya
sea para el conocimiento de la lengua egipcia, sentando las bases sobre las que
se han desarrollado las gramáticas actuales, como recopilando los textos
inscritos en los monumentos del país de las Dos Tierras, que nos han permitido
conocer su historia y su cultura.
Este trabajo quiere rendir homenaje no solamente a
aquellos que están en la mente de todos, sino a todos y cada uno de los hombres
que llevaron Egipto en su corazón y, que por distintos avatares del destino, no
aparecen en los grandes tratados egiptológicos.
El desciframiento de los jeroglíficos: Champollion
Francia 1790. Pequeña aldea de Figeac en el
departamento de Lot, una de las más bellas comarcas del sur francés. Un tosco
provinciano, librero de profesión, Jacques Champollion, angustiado por la
enfermedad de su esposa, Jeanne-François Gualieu, paralítica, hace llamar al curandero
Jacqou, quien tras un breve examen prepara un brebaje de vino y no se sabe que
cosas más que da a beber a la enferma postrada sobre un camastro de hierbas
mágicas. A los tres días, Jeanne-François sana. Esto es visto por el chamán
como el signo de un gran acontecimiento y anuncia, a bombo y platillo, a modo
de oráculo medieval, el nacimiento de un niño famoso que será recordado por los
siglos venideros.
Son las dos de la madrugada del 23 de diciembre,
cuando bajo el influjo de Capricornio, se produce el feliz acontecimiento. Nace
un varón de tez oscura, casi parda, con la córnea amarilla propia de los
orientales, Jean-François Champollion, más tarde apodado “el joven”. Ve la luz
por primea vez en una rústica mansión ubicada a unos 30 pasos de la plaza
d’Armes que hoy lleva su nombre. Quizá, los primeros sonidos que recibieron sus
tímpanos fueron los gritos provenientes de los tumultos provocados por un
populacho incontrolado huyendo de las cargas policiales o la música de la
Carmagnole, el local de moda.
Jacques-Joseph Champollion |
Como a casi todos los verdaderos genios, la escuela de
Figeac le aburre y es un estudiante fracasado, por lo que su hermano, el mejor
mecenas que nunca tuvo, lo traslada a Grenoble en el año 1801, donde empieza a
tomar contacto con el latín, el griego y el hebreo.
A los once años tiene la oportunidad de conocer en
Grenoble al célebre físico y matemático Joseph Fourier, prefecto del
departamento de Isère y secretario perpetuo del Instituto Egipcio creado por
Bonaparte, quien había participado en la expedición a Egipto y ocupado el cargo
de alto comisionado francés en el país de las Dos Tierras. Este encuentro
marcará profundamente el destino de Champollion. En una visita a la colección
egipcia privada del prefecto si siente entusiasmado con los dibujos aparecidos
en los fragmentos de papiros e inscripciones pétreas y pregunta “¿se sabe leer
esto? – refiriéndose a los textos que aparecían en los distintos objetos -.
Fourier disiente con un movimiento lateral de cabeza. A lo que el joven replica
“pues yo, cuando sea mayor, lo haré”.
Corre el año 1802 cuando el niño Champollion, dando
muestras de una precocidad inusitada, escribe una Historia de perros célebres y esboza una tabla presuntuosa La Cronología desde Adán hasta Champollion
el joven. Es por estas fechas que, un diplomático sueco, Johan David Akerblad,
logra identificar el grupo de signos constituyentes del nombre de Ptolomeo en
el texto demótico de la piedra de Rosetta, atribuyéndoles un valor fonético y
publica en el Magasin encyclopédique una
Carta sobre la inscripción egipcia de
Rosetta. También tradujo los vocablos “templo” y “griego”, pero no fue
capaz de conseguir mayores avances al pensar que toda la escritura era
alfabética. En su alfabeto demótico de 16 signos se basó Champollion, años más
tarde, para completar las 25 letras que según Plutarco tenía la escritura
egipcia.
Este investigador, nacido en Estocolmo en 1753, desarrolló
su carrera diplomática como secretario de la embajada del país nórdico en
Constantinopla (Estambul). Explorador por naturaleza, visita Siria y Palestina
en 1782 y es en 1800, después de permanecer un tiempo en Gotinga, cuando ocupa
el puesto de encargado de negocios en París donde estudia los manuscritos
coptos de la biblioteca Imperial procedentes del vaticano, siendo el primero en
leer su variante cursiva que fue dada a conocer a la intelectualidad francesa
en la Carta a Silvestre de Sacy sobre la
escritura cursiva copta, publicada en el
Magasin encyclopédique el año 1801 en París.
Un cambio en la situación política le hace abandonar
la carrera diplomática y fijar su residencia en Roma, donde acompañado de la duquesa
de Devonshire, se dedica al estudio de los distintos lenguajes egipcios.
Fallece en la ciudad papal el 7 de febrero de 1819, tres años antes de la
publicación de los descubrimientos de Champollion.
La magia y la predestinación de los genios, y Jean
François lo era, se manifiestan de nuevo cuando a los 14 años, un frenólogo
alemán, admirado por unos e insultado por otros, venerado por muchos y
envidiado por no pocos, el doctor Franz-Joseph Gall, quien por aquellos tiempos
estudiaba los cráneos humanos intentando deducir las facultades de las
personas, comenta, refiriéndose al cráneo de Jean-François “Ah que talento para
los idiomas”.
Sus primeras lecciones las recibe de un monje, Don
Camet. En 1804 entra en el instituto mostrando gran interés por las ciencias de
la naturaleza y las lenguas orientales: además de árabe, etíope, sirio, zenda,
pahlavi y otros. También estudió chino con la intención de demostrar las
conexiones existentes entre esa lengua imperial y el egipcio. En una carta
dirigida a su hermano anterior a septiembre de 1807 podemos leer
“Desearía ver y copiar los antiguos alfabetos griego y sirio,
así como la forma que toman las letras árabes al final y en medio de una
palabra, del mismo modo que otros alfabetos orientales”.
Athanasius Kircher |
Este hombre de gran imaginación, intuyó que los
jeroglíficos eran el origen del copto, del que publicó una gramática y un
diccionario en 1643, pero cometió el error de considerar los signos como
símbolos en sí mismos, lo que le llevó a traducciones que hoy nos parecerían
sarcásticas. El grupo de signos “autócrator” que acompaña a los nombres de los
emperadores romanos lo leía
“Osiris es el creador de la fertilidad y de toda
la vegetación, y su fuerza engendradora es traída por el sagrado Mopht del
cielo a su reino”.
Jean-François comenta de él en una carta fechada en el
verano de 1808
“Lo único que se saca en claro de sus estudios
es que nunca se descifrarán los jeroglíficos”.
A los 17 años se presenta ante la academia de Grenoble
con un esbozo del Egipto bajo los faraones.
El por entonces presidente, Renauldon, le abraza y se le nombra miembro
numerario a pesar de su corta edad. Cuando sale de la recepción convertido en
académico se desmaya, pues es un joven de temperamento sanguíneo que alterna
momentos de exaltación con graves crisis depresivas.
En una carta fechada en junio de 1807 dirigida a su
hermano y protector, el anticuario y profesor de griego en Grenoble,
Jacques-Joseph, escribe
“Creo tener un absceso, pero no quiero ir a la
enfermería. No hay nadie en ella. Todos los que están enfermos son
prudentemente retirados a casa de sus padres”.
En vista de las circunstancias, un amigo de
Jacques-Joseph, el arqueólogo Aubin-Louis Millin, director del Magasin encyclopédique, le aconseja mandar a su hermano pequeño a
las clases que se imparten en el Collège de
Francia. Por eso, el saghir, en árabe “pequeño”, como le gusta hacerse llamar
Jean-François por su hermano, marcha a París.
Vive, con la ayuda de Jacques-Joseph, en una mísera
habitación propiedad de M. Faujas, quizá pariente de Barthélemy Faujas de Saint-Fond, un célebre
geólogo y arqueólogo nacido en Montélimar, cercana al museo del Louvre por la
que paga 18 francos mensuales. Hace frío y el invierno endurece sus condiciones
de supervivencia. Cae enfermo y se agudizan en él los síntomas de la enfermedad
que le llevará a la muerte.
Durante su estancia en la ciudad del Sena acude a los
cursos que imparte el más tarde barón Antoine Isaac Silvestre de Sacy.
De Sacy era un orientalista francés de baja estatura,
precursor de los estudios árabes en el país galo, nacido en París el 21 de
septiembre de 1758, profesor de lengua persa en el Collège de Francia y de árabe en la escuela de Lenguas orientales
desde el momento de su fundación. Fue miembro del cuerpo Colegislativo que en
1814 votó la deposición de Napoleón y, tras la segunda restauración, formó
parte de la comisión de la Instrucción pública y del Consejo real. Además es el
autor de uno de los primeros trabajos sobre la piedra de Rosetta Lettre au sujet de l’inscription égyptienne
du monument trouvé à Rosette en 1802. Alcanzó el título de Par de Francia y
más tarde fue nombrado conservador de los manuscritos de la biblioteca Real y
secretario perpetuo de la Academia francesa. No fue capaz de descifrar el teto
demótico de la piedra de Rosetta pensando que era una escritura exclusivamente
alfabética, pero fue el primero en identificar y traducir tres palabras
demóticas. Falleció en París el 21 de febrero de 1838.
Champollion no se conforma con estas clases que le
ocupan solamente las primeras horas de la mañana y después de atravesar París
de cabo a rabo asiste a los cursos que a las dos de la tarde imparte en la
escuela especial de Lenguas orientales M. Langlés, profesor de persa y malayo,
además de conservador de los manuscritos orientales de la biblioteca Real. Y
por si esto fuera poco, los miércoles a las cinco estudia
árabe con Don Rafael de Monachis, un antiguo clérigo, vuelto laico por la
Revolución. No contento con el tiempo dedicado al estudio, visita, en sus horas
libres, las bibliotecas imperiales, la del Arsenal y la de Santa Genoveva, en
un afán desmesurado de adquirir nuevos conocimientos.
A los 18 años corteja a una señora casada que tras
enviudar se casa con otro.
En una carta fechada el 30 de agosto de 1808 dirigida
a su hermano someta a su aprobación los primeros descubrimientos sobre la escritura
jeroglífica.
Cuando cree ir por el buen camino, recibe una fatal
noticia. Queda paralizado- ¡Alguien ha desvelado los jeroglíficos! Rápidamente
corre al Collège de Francia y escucha
la cruel noticia de boca de un amigo.
“Alexandre Renoir acaba de publicar una obra,
solo un folleto, ‘La Nouvelle Explication’,
con el desciframiento total de los jeroglíficos. ¡Imagínate lo que esto
significa!”.
Agitado pregunta ¿qué librero lo tiene? Corre jadeando
a la librería y con sus manos sudorosas y temblando adquiere un ejemplar del
folleto. Una vez en casa se tumba y lee el escrito de Lenoir. ¿Es esto el
desciframiento de los jeroglíficos? ¡Ese pobre ha plantado la bandera antes de
tiempo! Es una insensatez, pura osadía.
En la carta dirigida a su hermano el 7 de marzo de
1809, fechada en París, podemos leer
“He hecho una reflexión… de este pobre Lenoir, quien es un estúpido
aunque en el fondo es un excelente muchacho”.
Al llegar 1809, como cualquier joven, es llamado a
filas. Es de nuevo la influencia de su hermano la que le evita este trance, lo
que le permitirá dedicarse con más fuerza al estudio de las lenguas orientales.
De vuelta a Grenoble, el 10 de julio de 1810, se hace
cargo de la cátedra de Historia de la facultad de Grenoble. Comienza a
cortejar, sin el beneplácito de su hermano, que la consideraba poco culta, a la
hija de un comerciante de guantes, Rosine Blanc, con quien contraería matrimonio
en 1818. Esta es la época de su colaboración con el diario de L’Isère.
Un nuevo al surge en su espíritu: las ideas
republicanas que expresa desde este momento, no le crearán más que dificultades
y problemas. Víctima de las maniobras de sus colegas escribe cuando ve reducido
su salario a la cuarta parte
“Pobre como Diógenes trataré de comprarme un
tonel y ponerme un vestido como saco. Luego esperaré que me mantenga la
conocida generosidad de los atenienses”.
Algunos años más tarde, entre 1811 y 1814 escribe el Egipto bajo los faraones, un compendio
geográfico basado en documentos griegos y coptos. Dejando aparte su pasión
egiptológica y política, dedica parte de su tiempo a temas más populares:
escribe piezas de teatro para los salones de Grenoble, entre ellas un drama
sobre Ifigenia, y letras de canciones con cierto matiz político, muy al gusto
de la época.
Francia está sacudida políticamente. Es proclamado rey
Luis XVIII. Este acontecimiento refuerza las intrigas políticas y apoya a Napoleón,
quien en 1815 se entrevista con él y lo anima a la publicación de un
diccionario de copto que nunca vería la luz.
1815.
Batalla de Waterloo. Derrota del ejército napoleónico. Es considerado un
liberal. Mengua de nuevo su salario. Acusado de traición, pierde el trabajo y
es desterrado de Grenoble. Esta circunstancia le provoca el retorno a su ciudad
natal, Figeac, en la que establece una escuela elemental de inspiración inglesa
que no es bien recibido por los lugareños, gentes duras, apegadas a sus
costumbres y tradiciones, a las que se sacaba rara vez del ambiente letárgico
de un pueblo eminentemente campesino.
Pasada la tempestad, es de
nuevo su hermano, su valedor, quien le encuentra un puesto de profesor en
Grenoble, ciudad en la que contrae matrimonio con Rosine Blanc. De fecha 19 de
abril de 1818 es una carta en la que nuestro invitado comenta a su hermano sus
primeras deducciones sobre la piedra de Rosetta.
“Muchos de los jeroglíficos de la inscripción de
Rosetta se encuentran sobre los obeliscos, monumentos erigidos a l gloria de
los dioses… Estoy convencido de que el nombre de Ptolomeo es traducido en los
jeroglíficos por un equivalente solamente…”.
A causa de sus ideas republicanas vuelve a perder el
empleo y de nuevo emigra a París, instalándose en el número 25 de la calle
Mazarine donde continúa con tesón el “desciframiento” de la escritura jeroglífica y escribe De la escritura hierática de los antiguos
egipcios, editada en Grenoble.
Thomas Young |
Champollion, inmerso en sus libros y apuntes, recibe
una copia de un obelisco de granito rojo descubierto por J. W. Bankes en Philae.
En él, se aprecian cuatro columnas de inscripciones jeroglíficas, una por lado,
sobre un pedestal con 24 líneas en griego. Comparando los cartuchos de la
piedra de Rosetta con las inscripciones recién recibidas se da cuenta de las correlaciones
que le llevarán al “desciframiento” de la escritura, deduciendo la
transcripción parcial de algunas “vocales” y
algunos signos que no representan sonidos, hoy llamados determinativos
genéricos.
Veamos cómo lo realizó.
1. En primer lugar, al comparar el nombre de Ptolomeo
con el de Cleopatra observa la repetición de tres signos: P, L y O, además de
la T, que tendrá un significado especial que se detallará más tarde.
2. Ahora asigna las letras de la grafía griega a los signos jeroglíficos de los cartuchos de Ptolomeo y Cleopatra: M, I, S en el de Ptolomeo, K, E, A, R en el de Cleopatra.
A la vista de estas comparaciones surgen dos problemas:
a) La –t en el nombre de Ptolomeo es representada como
una pan, mientras que en el de Cleopatra VII es una mano. Para eliminar esta contradicción, Champollion
estudia otros cartuchos correspondientes a reinas homónimas, observando que
ambos signos jeroglíficos son intercambiables.
El signo que representa un pan y el de una mano deben
tener una fonética semejante. El primer problema está resuelto.
b) La segunda dificultad se va a convertir en uno de
los hechos más trascendentales en el “desciframiento” jeroglífico. Si
observamos con detalle el cartucho de Cleopatra…
… veremos que dos signos jeroglíficos no tienen
correspondencia fonética con la grafía griega: el último pan y un huevo.
El espíritu detectivesco de Champollion le hace
escrutar muchos otros cartuchos reales. Su perspicacia da frutos. Estos signos
aparecen sistemáticamente en los cartuchos que encierran nombres de reinas. La
respuesta inmediata “definen el género femenino”. Además aparece ante él una de
las claves, la evidencia de que no todos los signos tienen un valor fonético.
Con todos estos datos a su alcance se lanza a la
lectura de los cartuchos de los emperadores romanos confeccionando una tabla
que relaciona los signos jeroglíficos con su pronunciación, que aunque no es la
actual, algo más completa, fue un avance extraordinario.
El 14 de septiembre de 1822 recibe un envío el
arquitecto Huyot, las copias de unas inscripciones del templo de Abu Simbel.
Gracias a su conocimiento de copto sabe que Sol se pronuncia “ra”. Aplicando la
teoría precedente logra leer el nombre de Ramsés, asignando un valor bifonético al signo (ms) que significa
“nacimiento”. Aplica esta nueva hipótesis al cartucho Thutmose: el ibis sagrado (Ibis religiosa), símbolo del dios de la escritura Thot, Djehuty
para los egipcios, es seguido por el bilítero ‘ms’, leyéndose Thutmose (‘aquel a quien dio a luz Thot,
el nacido de Thot’). ¡Aleluya!
En los cartuchos reales aparecen signos ideográficos,
el Sol y el ibis, junto con signos monofonéticos (alfabéticos) y plurifonéticos
(ms). ¡La escritura
jeroglífica es mixta!
Sin pensarlo, sale de casa y se presenta en el
instituto de Francia donde se encontraba su hermano y dice “Je tiens l’affaire”
(Tengo la solución).
Todos estos descubrimientos son expuestos en la
archiconocida carta a M. Dacier “Carta a M. Dacier, secretario perpetuo de la
academia real de Inscripciones y Bellas Artes, relativa al alfabeto de los
jeroglíficos fonéticos utilizados por los egipcios para inscribir sobre sus monumentos
los títulos, los nombres y los sobrenombres de los soberanos griegos y romanos”
en la que sienta las bases definitivas para el “desciframiento”, corrigiendo y
completando la lista de Thomas Young.
Un año después confirma sus estudios en el Compendio del sistema jeroglífico de los
antiguos egipcios.Esta
publicación provocó reacciones enfrentadas: el rechazo de su profesor en el Collège de Francia, Silvestre de Sacy, el
reclamo de los derechos del “descubrimiento” por parte del británico Thomas
Young y el beneplácito del duque de Blacas, quien convencido de la importancia
del descubrimiento anima al rey para que le conceda el dinero necesario para
estudiar las piezas de la colección Drovetti.
Llega a Turín el 7 de junio de 1824, permaneciendo en
esa ciudad hasta el 1 de marzo del año siguiente después de conseguir la
aprobación del Vaticano a su descubrimiento.
Durante su estancia en Toscana, el joven Champollion
es presentado por el gran duque Leopoldo II a Ippolito Rosellini, un pisano nacido el último año del
siglo XVIII, conocedor de las lenguas orientales quien lo acompaña en sus
visitas a los museos italianos.
Una vez ambos en París, y tras estudiado por consejo
del duque de Blacas la colección del cónsul inglés en Liorna, Henry Salt, Champollion
convence al rey Carlos X para adquirir las piezas que engrosarán los fondos del
museo del Louvre, de cuyas colecciones egipcias, inauguradas el 15 de diciembre
de 1827, fue nombrado conservador.
Vimos en la conferencia anterior como Henry Salt, un
inglés nacido en Lichfield en 1785, siendo cónsul de Gran Bretaña en Egipto es
urgido por Joseph Banks
para que, aprovechando su situación política, consiguiese un buen número de
antigüedades. Contra a Belzoni
por sus conocimientos de mecánica y su fuerza física para trasladar el
gigantesco busto del joven Memnón yacente en el Ramesseum. El éxito le acompañó
tanto que su colección fue vendida en tres lotes: el primero adquirido por el
museo Británico de Londres por la suma de 2.000 libras esterlinas, a excepción
del sarcófago de Seti I vendido por la misma cantidad al anticuario John Soane;
la segunda parte, incluyendo la mitad inferior del sarcófago de Ramsés III fue
comprada por el rey francés por un montante de 10.000 libras. El resto de su
colección pasó, tras su muerte acaecida en Egipto en 1827, a la galería de
subastas Sotheby’s y muchas de sus piezas descansan ahora en las arcas del
museo Británico. Entre sus obras destacan Viaje
en Abisinia (1824), Ensayo sobre el
sistema fonético de los jeroglíficos de Young y Champollion (1825) y Egipto (un poema descriptivo).
Fue a comienzos de 1828 cuando nuestros dos
investigadores, Champollion y Rosellini, planean la expedición franco-toscana a
Egipto que zarpa del puerto de Tolón el 31 de julio de 1828. Tras una sosegada
travesía desembarcan en Alejandría el 18 de agosto. Después de visitar
Alejandría y Sais inician su periplo por el Nilo remontando el río con rapidez
para tener una visión de conjunto. Alcanzan El Cairo el 19 de septiembre.
Visitan Menfis y Saqqara el 1 de octubre. Tras una breve inspección las tumbas de Beni Hassán, el 16 de noviembre
alcanzan el templo de Dendera en una noche de luna clara. Néstor L’Hôte, un
joven de 25 años que había conocido a Champollion en 1827 y estaba entusiasmado
con Egipto desde los 10 años, dibujante de la expedición nos relata
“Recorrimos un bosque de palmeras… luego
caminamos por un campo de hierba muy crecida y penetramos en una zona de
espinos y arbustos. Empezamos a gritar, pero solo a lo lejos nos respondían los
ladridos de los perros. Hasta que, al fin, se presenta ante nosotros el templo
bañado por la luz de luna… (y) el propileo sumergido en la luz celeste ¡Qué
sensación! Pasado el pórtico, sostenido por unas columnas gigantes, reinaba un
silencio completo y el encanto misterioso producido por las sombras profundas
mientras afuera nos cegaba la luz de la luna… Luego en el interior encendimos
una hoguera con hierba seca… El éxtasis en que nos vimos sumidos era
inenarrable”.
Este mismo diseñador nos da idea de la dureza de su
trabajo en unas condiciones no fáciles cuando escribe a su familia desde Tebas:
“¡Por Dios! ¡Los jeroglíficos son tan aburridos
y depresivos! ¡Todos estamos hartos de ellos! Me siento como un hombre en un
incendio al que le queda un cuarto de hora de vida.
Evidentemente no se refería a Champollion, quien con
una visión que sobrepasaba en mucho a la de su época, escribe hablando de
Dendera:
“Este templo no es el de Isis, sino el de
Hathor. La forma definitiva se la han dado, en efecto, los Ptolomeos, pero fue
terminado por los romanos”.
Cuatro días después llegan a Tebas. En la orilla
occidental comenta referente a las estatuas de Amenofis:
“… al lado del río, se elevan todavía, dominando
la llanura de Tebas, los dos famosos colosos de 20 metros de altura, uno de los
cuales, el del norte, es el tan célebre monumento conocido por el nombre de
coloso de Memnón. Representan ambos un faraón sentado, con las manos extendidas
sobre las rodillas en actitud de reposo; están tallados en un solo bloque de
gres cada uno, transportados desde las canteras de la Tebaida superior y
situados sobre inmensas peanas de la misma materia”.
A la semana parten con rumbo a Assuán donde arriban el
4 de diciembre, desde donde se dirigen a la baja Nubia, alcanzando Abu Simbel el
26 de diciembre.
El viaje concluyó en Wadi Halfa el 30 de diciembre.
Ya de vuelta a Tebas instalan el campamento en el Opet
de Karnak. Cruzan a la orilla occidental y exploran el valle de los Reyes,
descansando en una tumba que por aquellos tiempos era asignada a Ramsés V. Allí
hace una reflexión.
“Inmerso hace seis meses entre los monumentos de
Egipto, estoy asustado de lo que leo en ellos, más corrientemente aún de lo que
me había imaginado”.
El investigador pisano, Rosellini, sale hacia Europa
el 7 de octubre 1829, mientras Champollion permanece en Egipto. El 15 de noviembre
parte de Alejandría rumbo a Tolón donde avista tierra el 23 de diciembre de
1829. Por decreto de las autoridades tiene que soportar una cuarentena que
machacó su deteriorada salud.
Tras la caída de Carlos X y el ascenso al trono de
Luis Felipe I, lee en la academia de Inscripciones y Bellas artes francesa su
memoria de ingreso dedicada al estudio de los signos antiguos usados por los
egipcios para las divisiones del tiempo.
Es el 18 de marzo de 1831 cuando se crea para él una
cátedra de Egiptología en el Collège de
Francia que abandona mermado por su salud. Se retira a Quercy donde acabará la Gramática y el Diccionario que no verán la luz hasta después de su muerte gracias, de nuevo, a su hermano.
El 4 de marzo de 1832 su larga enfermedad toca fin.
Muere. Sus manuscritos fueron adquiridos por el gobierno francés por una ley
del 24 de abril de 1833.
Su compañero de expedición, Ippolito Rosellini, quien
había tenido fe ciega en los descubrimientos del sabio francés remitió, en
1831, una carta al abad Peyron, profesor de Turín, relatándoles los estudios
que Champollion había realizado sobre la lengua del antiguo Egipto. En su obra Monumentos de Egipto y Nubia (Pisa 1832-1844) aparecen dibujos realizados por el genio galo. La versión
completa fue publicada años más tarde por Maspero.
En 1837, el editor Ungarelli hace imprimir en Roma un
volumen Elementa linguae aegyptoacae,
vulgo copticae, quae auditoribus suis in patro Athenaeo Pisano tradebat
Hippolitus Rossellinius,
una gramática copta, posiblemente de Champollion, que el maestro italiano dictó
a sus alumnos universitarios. Muere el 4 de junio de 1843 dejando incompleto un
Diccionario jeroglífico.
A sus 31 años logró un puesto de profesor
supernumerario en Berlín, y un año después Alexander von Humboldt sugirió a
Federico Guillermo de Prusia que le concediese los fondos necesarios para una
expedición a Egipto. Ésta se llevó a cabo entre los años 1842 y 1846. Fruto de
ella es su obra más conocida Denkmäler aus Aegypten und Aethiopien,
repleta de dibujos realizados en su mayor parte por Ernst Weidenbach. Sus registros e
inscripciones son más precisos que los de la obra francesa Descripción de Egipto, aunque con menor exactitud topográfica.
A primeros del mes de octubre de 1842 divisan la aguja de Cleopatra en Alejandría. Ascienden el Nilo. Pocos días después, el 13 de octubre sufren una gran primera decepción. Al visitar Heliópolis, la On bíblica, donde según la leyenda José tomó por esposa a Asnath se lamenta de su estado:
“Es increíble la poca atención que Champollion
ha prestado a los monumentos del imperio Antiguo. En su viaje a Dendera a
través del Egipto medio solamente consideró que merecían atención las tumbas
excavadas en la roca de Beni Hassán y las catalogó como de la XVI o XVII
dinastías, es decir del imperio Moderno”.
Fue el primero en analizar correctamente los monumentos del faraón herético, Amenhotep IV (Akhenaton). Es su Denkmäler podemos leer
La aventura de la investigación: Richard Lepsius
Una vez sentadas las bases de la traducción de los
signos jeroglíficos un nuevo grupo de investigadores salta a la palestra
encabezados por Richard Lepsius, quien ha sido considerado el padre de la
Egiptología científica.
Nacido el 23 de diciembre de 1810 en Naumburg, una
pequeña localidad prusiana del distrito de Halle, a orillas del río Saale, a la
sombra de una catedral edificada en el siglo XI, estudió Filología en Leipzig,
Gotinga y Berlín, perfeccionándose en París donde se graduó a los 25 años y
escribió la Paleografía considerada como
medio de los estudios de los lingüistas. Residió algún tiempo en Italia lo
que le permitió tomar contacto con las colecciones egipcias del país alpino.
Erudito en multitud de lenguas y dialectos antiguos, dirigió sus miras al país
de las Dos Tierras, realizando grandes aportaciones tanto históricas como
filológicas.
A primeros del mes de octubre de 1842 divisan la aguja de Cleopatra en Alejandría. Ascienden el Nilo. Pocos días después, el 13 de octubre sufren una gran primera decepción. Al visitar Heliópolis, la On bíblica, donde según la leyenda José tomó por esposa a Asnath se lamenta de su estado:
“Nada queda de esta célebre ciudad que se enorgullecía
de poseer el clero más instruido de los alrededores de Tebas, salvo sus paredes
y un obelisco que aún se mantiene en pie”.
La expedición prusiana alternó la descripción de los
monumentos con la excavación y los momentos de asueto. Llegan a la llanura de
Giza.
En un dibujo de Georg Frey vemos al
grueso de la expedición con Lepsius vistiendo un guardapolvo blanco en la cima
de la gran pirámide el 15 de octubre de 1842, celebrando el aniversario del rey
Federico Guillermo IV. En una carta escrita a su familia en esta fecha leemos
“Para dicha ocasión invitamos al cónsul austriaco
Champion, al cónsul prusiano Bokty,… Instalamos una tienda espaciosa y
alegremente engalanada que habíamos alquilado en El Cairo. La colocamos al pie
de la cara norte de la pirámide y delante de ella flameaba la bandera prusiana”.
El estado de los monumentos en aquella época era muy
distinto del actual: unos visibles en mejores condiciones (aún persistía la
calzada que unía la pirámide de Khufu (Keops) con la zona de recepción de
barcas a la orilla del río.
Otros semiocultos por escombros o arena:
Denon y Lepsius no percibieron la pirámide escalonada de Saqqara en un primer
vistazo a pesar de haber acampado en sus proximidades durante cierto tiempo,
pues los recintos ceremoniales estaban completamente sepultados bajo las arenas
del desierto occidental.
Lepsius halló los restos de unas 30
pirámides hasta el momento desconocidas y una especie de cámaras mortuorias en
forma de diván llamadas mastabas, con grabados de exquisita finura.
“(De las mastabas) solo unas pocas pertenecen
a los últimos años; prácticamente todas son contemporáneas o algo anteriores a
la gran pirámide”.
Su lucidez se hace patente en Beni Hassán donde
corrige la datación hecha por el mismo Champollion.
Fue el primero en analizar correctamente los monumentos del faraón herético, Amenhotep IV (Akhenaton). Es su Denkmäler podemos leer
“En una reciente publicación, Perring, el medidor
de las pirámides, adelantó la extraña hipótesis, que comprobé también existe en
El Cairo, de que los monumentos de el-Amarna eran obra de los hicsos; otros
intentan referirlos a un periodo anterior al de Menes, debido a sus evidentes,
aunque en modo alguno inexplicables, peculiaridades; ya he explicado en Europa
que se trata de reyes contemporáneos de la XVIII dinastía”.
Otra de sus aportaciones más relevantes se realizó en
la depresión de el-Fayum, descubriendo el complejo funerario de Amenhotep III,
sexto rey de la XII dinastía. El 25 de junio de 1843 escribe
“Escribo estas líneas desde el laberinto…Aún
existe un dédalo de cámaras en medio de las cuales figura la gran sala del
Aulae, cubierta por restos de grandes pilares monolíticos de granito y otros de
piedra caliza blanca, relucientes como el mármol.
Allí donde la expedición francesa buscó infructuosamente
nuevas cámaras, encontramos literalmente cientos de ellas… los fragmentos de
los tremendos pilares y arquitrabes… muestran los cartuchos del sexto rey de la
XII dinastía”.
De vuelta a su país es nombrado profesor de la
universidad de Berlín. Durante su periodo académico escribe multitud de obras
relacionadas con el mundo egipcio.
En 1855 el museo berlinés, al que había enriquecido
con multitud de piezas procedentes de sus excavaciones, le nombra adjunto. Corre
el año 1865 cuando es ascendido a director del mismo y comienza a planificar una
segunda expedición a Egipto que vería la luz en 1866. Durante la misma descubre
la célebre inscripción de Canope publicada con el nombre de Decreto bilingüe de Canopus.
A su vuelta continúa su frenética labor de investigación
incrementándose sus publicaciones. Es nombrado miembro de la Real academia y
dedicado a su trabajo hasta el último momento, fallece el 10 de julio de 1884.